viernes, 7 de noviembre de 2014

LAS PARAFILIAS MÁS VISTAS EN LA PRÁCTICA CLÍNICA


A continuación, examinaremos más de cerca los tres tipos de parafilias más vistos en la práctica clínica: 1) El abuso sexual en el caso de la violación agresiva; 2) la compulsión sexual y, 3) la pedofilia. Finalmente, se presenta un caso clínico de compulsión sexual con tendencia pedofílica.
El tratamiento del perpetrador de violación Sexual
El perpetrador de la violación sexual, en muchos casos, tiene en común rasgos que caracterizan otras parafílias como el voyeurismo y la pedofilia (Muse, 2000). Las necesidades del asaltante sexual están dirigidas de forma opuesta a la expresión normal de la intimidad, y lo llevan hacia la conducta sexual coercitiva agresiva. Las razones para estas diferencias son variadas, y van desde un déficit en habilidad social en el mantenimiento de una relación sexual, a impulsos homicidas incontrolables. La repetición de las acciones violadoras también puede ser indicativa de una necesidad compulsiva de volver a la expresión disfuncional de la necesidad sexual a través de la agresión y la violencia.
Evaluación
Como en cualquier otra condición, el diagnóstico es imprescindible para el manejo apropiado. Con el delincuente sexual, es necesario desenmarañar el porqué de su conducta. Esta situación sólo puede darse si la persona es vista como un individuo, y se ha hecho un esfuerzo para comprender la psicología de la persona. Un cuidadoso historial, una entrevista clínica llevada de forma astuta, y el uso de la psicometría es esencial para obtener una imagen fidedigna del paciente. Sólo cuando se ha llegado a un diagnóstico/ prognóstico, el tratamiento puede proceder con eficacia. Considerando cada caso individualmente, resulta útil poder clasificar los perpetradores de violación sexuales en dos categorías: violadores motivados por violencia antisocial o sadística, y violadores que recaen en la imposición sexual por ineptitud social. En la primera categoría ponemos los violadores homicidas y los violentos que dejan sus víctimas heridas a propósito. Son individuos que, si no disfrutan del sufrimiento de la víctima, al menos no les importa en demasía. No suelen tener remordimiento de conciencia, por ser psicópatas o por padecer de otros diagnósticos severos como esquizofrenia paranoica, desorden esquizotípico o trastornos de personalidad antisociales. En cambio, la segunda categoría de asaltante sexual se compone de personas, su mayoría hombres, que expresan su sexualidad y deseos o impulsos afectivos de intimidad de manera inapropiada por no ser capaces de acercarse a la persona recibidora de sus atenciones de forma socialmente diestra. Son personas tímidas, socialmente aisladas que, casi siempre debajo de los efectos del alcohol o de la droga, sueltan sus necesidades reprimidas de repente, provocando violentas confrontaciones con la víctima de sus atenciones. Las personas que pertenecen a este segundo grupo son capaces de sentir remordimiento por su comportamiento y, como suelen actuar de impulso o bajo la influencia de drogas, no planean sus ataques ni mucho menos su escapatoria y, por tanto, son fácilmente aprehendidos por la ley. Como veremos más adelante, si bien es una nosología admitidamente simplista, es útil clínicamente poder distinguir entre los violadores de primer grado grado (violadores socialmente ineptos), los cuales tienen mejor pronóstico.
Tratamiento
Mientras los tratamientos médicos tales como el uso de terapia hormonal (Depra Provera) y medicamentos psicoactivos para reducir las tendencias sexual/agresivas proveen un control temporal necesario sobre la conducta parafílica, el manejo a largo plazo de la conducta sexual agresiva radica en conseguir cambios en la personalidad del perpetrador. Estos cambios, para que sean efectivos, requieren una psicoterapia de aproximación multimodal que conlleve la modificación de la manera de pensar, sentir y actuar en el área sexual del paciente. Con este fin, el tratamiento del abusador sexual empieza con una evaluación concienzuda en la que los aspectos personales que han contribuido a la actuación sexual problemática del paciente son evaluados y marcados para su cambio. En el tratamiento del violador, se elabora un programa terapéutico especialmente moldeado para cada individuo, con intervenciones en particular identificadas por el procedimiento de evaluación y diagnóstico. No obstante, las intervenciones, en general, suelen incluir:
1) Intervenciones designadas a cambiar las emociones ligadas al asalto sexual de otros: Resolución a la rabia, odio, sentimientos agresivos.
Refuerzo de las capacidades de resistir impulsos, y de retrasar la gratificación. Cultivación de la adquisición de las habilidades de dar y recibir afecto. Descondicionamiento de la respuesta sexual realzada a violencia y humillación de otros.
2) Intervenciones designadas a cambiar las actitudes ligadas a la victimización de otros: Refutación de ideas que llevan al perpetrador a justificar sus acciones. Despejar las nociones de que la otra persona merecía e incluso deseaba estar victimizada. Comprensión, a través del entrenamiento en empatía, de cómo se siente al ser la víctima.
3) Intervenciones designadas a fomentar la conducta de apareamiento no coercitiva, o sea, entrenamiento social en cómo iniciar una relación y cómo hacer avances sexuales apropiados. Para obtener los cambios deseados, se pueden utilizar varias técnicas, que incluyen: 1) Interacción grupal con víctimas de violación para acercar al perpetrador a las profundas cicatrices que la violencia sexual deja en la víctima (Muse, 1993).
2) Técnicas de contracondicionamiento que enlazan conductas sexuales no deseadas (imágenes sexuales con violencia) con consecuencias negativas (encarcelamiento fantaseado); en ocasiones estímulos nocivos (oler sales hediondas) también son enlazados para reforzar la aversión hacia la respuesta no deseada.
3) Ensayos de habilidades sociales en el que el paciente aprende, a través del ensayo de un papel, la expresión de forma apropiada del afecto en la relación sexual.
4) Psicoterapia grupal/individual dirigida a situaciones y temas de preocupación para reducir la sintomatología de depresión o ansiedad, y que refuerzan un nivel personal de funcionamiento óptimo.
Trabajando con los tribunales
La mayoría de los asaltantes sexuales están vistos en terapia como resultado de procedimientos judiciales en contra de ellos por actos del pasado. Es necesario y deseable para el psicólogo trabajar en esta realidad, y obtener la comprensión por parte del paciente de que la información no puede ser llevada en una confidencialidad estricta bajo esas circunstancias. Es más, atañe al profesional la coordinación de ciertos aspectos del tratamiento con jueces, y abogados, y para asegurar una mejoría sostenida en el tratamiento del paciente.
El Tratamiento del pedófilo
El trastorno pedofílico suele aparecer en la adolescencia (Barbaree, et al. 1993), aunque algunos pacientes explican que su interés apareció en la edad adulta. La excitación pedofílica pornorma general se acentúa con el estrés psicosocial y su curso es crónico, especialmente cuando la atracción es de índole homosexual (Alario, 2000). Se creía durante mucho tiempo que la pedofilia se daba exclusivamente en hombres (Stoller, 1977); sin embargo, se ha comprobado últimamente su existencia en mujeres (Tollison & Adams, 1979). Aproximadamente el 85% de los pedófilos son varones, y la mayoría de ellos son heterosexuales. De hecho, es más frecuente que los pedófilos escojan víctimas del sexo contrario, sean agresores masculinos o femeninos (López, et al., 1995).
Evaluación
La clasificación, por diferentes fuentes de investigación, del grado de severidad de la pedofilia coincide con la clasificación dicótoma que hemos usado con la condición anterior de Perpetrador de violación sexual, y consiste en dividir a quienes padecen de esta parafilia en dos niveles de intensidad, con correspondientes pronósticos respectivos. La terminología de la clasificación de los pedófilos varía de autor en autor, pudiendo denominarse a los subtipos en diferentes escritos profesionales pedofilia de tipo exclusivo versus de tipo no exclusivo (APA, 1994), edofilia de preferencia versus situacional (Howells, 1981), pedofilia invariante versus pedofilia psiconeurótica (Glasser, 1990), o pedofilia fijada versus pedofilia regresiva (Groth, etal, 1982). En resumen, los pedófilos se clasifican nosológicamente según si su interés sexual en niños es primario y casi exclusivo, o si experimentan un interés sexual secundario en los niños que coexiste con un interés mayor hacia los adultos. El pedófilo primario se presenta clínicamente como persona inmadura, y muestra, además de su interés casi exclusivo en los niños, unas emociones infantiles, propias de la niñez, en las cuales dominan la impulsividad y el egocentrismo. El contacto sexual con adultos les provoca ansiedad y sensaciones de inadecuación. No suelen tener sensaciones de culpabilidad por susactos pedófilos y reinciden crónicamente durante toda la vida, o una gran parte de ella. En cambio, el pedófilo de segundo grado o pedófilo secundario, como le llamaríamos nosotros, presenta un desarrollo emocional más robusto y, por tanto, menos egocéntrico, y es capaz de mantener relaciones sexuales satisfactorias con adultos. Sin embargo, durante momentos difíciles de su vida, cuando experimenta estrés ambiental, padece de un estado anímico depresivo o encuentra obstáculos a la intimidad en su relación conyugal, sufre una regresión que facilita la búsqueda del consuelo en una relación infantil. La conducta pedofílica de esta segunda categoría es reactiva, esporádica y conlleva sentimientos de culpa y remordimientos en el perpetrador.
Tratamiento
El tratamiento clínico de la pedofilia, igual que el de la violación sexual, implica temas legales y éticos tales como el deber de informar a las autoridades de un caso activo de abuso de un menor, la obligación del paciente a estar en terapia por orden judicial, etc. Son temas que no siempre permiten una interpretación clara de las responsabilidades legales u ontológicas del clínico. Hace poco nos pusimos en contacto con las autoridades estadounidenses del Estado de Maryland, pidiendo una interpretación de los estatutos de aquel estado respecto al deber legal de un profesional sanitario de informar a las autoridades de cualquier caso de abuso sexual de menores que le viene a su aparecer. Como se puede prever, una ley así de extensa, la cual no reconoce el imperativo ético de mantener la confidencialidad para fines terapéuticos, crea grandes obstáculos para el tratamiento del pedófilo. En una carta, dirigida a la comisión de ontología del Estado de Maryland y al parlamento que redactó la ley actual de aquel estado, explicamos un caso en el cual recibimos una llamada anónima a nuestra clínica de un señor de unos 40 años, quien deseaba entrar en terapia para tratar una pedofilia de toda la vida. Él admitió haber abusado sexualmente de varios menores en el pasado, y expresó el deseo de recibir tratamiento psicológico para evitar la reincidencia. Preguntó a un miembro del nuestro equipo si tendrían los profesionales de la clínica cualquier imperativo legal de denunciarlo a las autoridades. El psicólogo que recibió la llamada inicial tuvo que informarle que según la ley del Estado de Maryland un clínico está obligado a denunciar todos los casos de abuso sexual de menores que llegan a su conocer. En efecto, para recibir tratamiento, este individuo tendría que someterse al riesgo de castigos penitenciarios severos. Por supuesto, el señor no estaba de acuerdo con estas consecuencias, y no entró en terapia. Poco después de recibir esa llamada, nuestra clínica se puso en contacto con las autoridades de Maryland y pidió que nos interpretaran la ley respecto a este caso en concreto. Les preguntamos si habría alguna provisión para tratar a ese señor, y muchos otros como él, sin denunciarlo de antemano. Desdichadamente, la comisión de ontología nunca nos contestó. También nos pusimos en contacto con el senador que introdujo la legislación actual en el área del código penal para los perpetradores de abusos sexuales contra los menores, otra vez pidiéndole cómo la ley actual contemplaba casos como el de arriba. El senador, por muy honorable que sea, nunca respondió. De hecho, no nos sorprendió la falta de respuesta de las autoridades, porque la cuestión es verdaderamente complicada, y ellos han buscado una ley sencilla y tajante. ¿Cómo podrían contestar, sin admitir las deficiencias de su código, y, así, comprometerse, en un caso de carne y hueso que pedía una gestión humana y no institucional?.El psicólogo que trabaja en el campo del tratamiento de las parafilias ha de estar bien enterado de la legislación pertinente en su jurisdicción. No obstante, como el ejemplo anteriormente expuesto demuestra, las leyes actuales no siempre facilitan el tratamiento de esta población, y las autoridades suelen huir de esta realidad en su afán de castigar sin, en muchos casos, remediar. Una gran parte del tratamiento para el paciente que padece una pedofilia secundaria se basa en recalcar el daño que la explotación sexual de menores causa en la víctima. Como este grado de la pedofilia se caracteriza por remordimientos por parte del perpetrador, el hecho de destacar las secuelas que la explotación sexual desencadena en el desarrollo de una persona de corta edad puede penetrar las defensas de negación y racionalización que se suelen ver con esta población de pedófilos. Como la conducta explotadora en la pedofilia de segundo grado es, en gran parte, el resultado de determinadas frustraciones en la vida del perpetrador, es posible la identificación de los estímulos que disparan los impulsos pedófilos, y así prevenir su eventual expresión. Si a un paciente le resulta más probable pecar cuando, después de un periodo relativamente austero en sexualidad con su esposa, bebe alcohol, esa persona podría vigilar el alcohol durante los periodos de frustración sexual. También de gran utilidad en la terapia de la pedofilia secundaria es cualquier intento
de resolver conflictos crónicos que predisponen a la persona a reincidir. En un caso como el que se acaba de exponer, una terapia sexual dirigida a la pareja trataría de reducir la privación al coito y, así, procuraría incrementar la satisfacción sexual entre los adultos, dando, en potencia, una ventaja en el tratamiento de la pedofilia. De igual manera, tratando el alcoholismo, la timidez, el aislamiento social o el matrimonio desierto de afecto serían intervenciones terapéuticas esenciales cuando se comprueba que la conducta pedofílica está condicionada por factores de estrés específicos. El tratamiento del pedófilo de primer grado también requiere examinar con el paciente las consecuencias negativas de su conducta sexual en sus víctimas. Sin embargo, el pédofilo de primer grado carece de la misma capacidad de autorreflexión que el de segundo grado, y se percibe frecuentemente en la terapia que el paciente es mínimamente accesible cuando el psicólogo intenta hacerle apreciar, mediante la diseminación de información y la facilitación de empatía, del enorme daño de sus acciones. La terapia propia del pedófilo de primer grado es la conductual, y en especial el contra condicionamiento. Tal terapia consiste en el condicionamiento aversivo de los pensamientos, imágenes e impulsos pedófilos, y en el condicionamiento nuevo de pensamientos, imágenes y conductas sexuales apropiadas. El uso de condicionamiento encubierto durante el cual la conducta pedófila es imaginada en el despacho del psicólogo y asociada a consecuencias nocivas (como el estímulo desagradable de oler amoniaco o el de imaginar ser detenido por la policía) está combinado con la práctica de la masturbación (u otras actividades placenteras) asociada a imágenes que incluyen una relación sexual y afectuosacon un adulto. Mientras que el contracondicionamiento es opcional con el pedófilo de segundo grado, es imprescindible para el tratamiento del pedófilo de primer grado. El efecto del contracondicionamiento puede tardar unos meses en reducir el riesgo del comportamiento pedófilo, y es prudente en casos en los cuales el paciente no está encarcelado considerar emplear temporalmente un fármaco capaz de suprimir parcialmente el interés sexual.

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