La salud en su relación con la sexualidad integra cuestiones de
bienestar orgánico, psíquico, social y, por supuesto, sexual. Son, por tanto,
amplios y cotidianos los problemas que afectan a la sexualidad, pero por lo
general se miran de soslayo y no son tenidos en cuenta. En las habituales
relaciones del médico con los pacientes, la sexualidad suele ser un tema tabú
que no se aborda y sobre el que no se suele consultar por propia iniciativa.
Sin embargo, numerosos estudios demuestran una clara relación entre calidad de
vida y vida sexual satisfactoria. En algunos, incluso se asocia esta última a
una mayor longevidad. En consecuencia, es cada vez más habitual que el personal
sanitario se conciencie de lo importante que es abordar las cuestiones sexuales
con los pacientes en su consulta, dada la alta frecuencia de trastornos,
fácilmente curables, que repercuten en la calidad de vida. Una calidad que
mejorará si se logra terminar con la escisión habitual entre sexo y salud, algo
que lleva a que muchas personas con trastornos sexuales no reconozcan su
relación con alguna enfermedad que pudieran padecer. La persona que sufre
hipertensión o que tiene diabetes y presenta capítulos de problemas sexuales
puede no ser consciente de que están directamente relacionados con su
enfermedad, tal vez con la dieta poco saludable que lleva, o de que esos
problemas son consecuencia de los fármacos que ingiere.
De hecho, para que el ciclo de la respuesta sexual se desarrolle de
manera satisfactoria, tanto en la mujer como en el hombre, es esencial la
adecuada irrigación sanguínea de las zonas genitales y de los órganos y
sistemas implicados. Cualquier enfermedad que afecte a los vasos comprometerá
también el rendimiento erótico.
Los mecanismos por los que una enfermedad puede menoscabar la vida
sexual son numerosos y conviene conocerlos. Están reconocidos como factores de
riesgo la diabetes, hipertensión, dislipemias (elevación de los niveles en
sangre del colesterol o los triglicéridos), estrés, una vida sedentaria,
obesidad, tabaquismo y la toma abusiva de sustancias como alcohol, drogas, etc.
La diabetes es una alteración del metabolismo de los hidratos de carbono
que se caracteriza por un aumento excesivo de la glucosa en sangre.
Existen dos tipos de diabetes, la diabetes Tipo I, que suele presentarse
de manera brusca, en personas jóvenes y requiere tratamiento con insulina, y la
diabetes Tipo II, que comienza de manera insidiosa, con pocos síntomas,
habitualmente en personas mayores de 35 años y que suele tratarse con fármacos
orales.
La diabetes Tipo II está muy relacionada con la obesidad y es más
frecuente que provoque trastornos circulatorias, sobre todo cerebrales y
cardíacas. También suelen asociarse en mayor medida a otras enfermedades como
hipertensión y dislipemia (colesterol alto).
La diabetes, en cualquiera de su dos tipos, produce, dentro de los 10
primeros años de su diagnóstico, disfunción sexual en aproximadamente la mitad
de los pacientes y según avanza la enfermedad la cifra aumenta. Los trastornos
sexuales afectan sobre todo a la fase de excitación y provocan dificultades de
excitación y de lubricación en la mujer, y disfunción eréctil en el hombre.
Esta afectación de la excitación sexual en las personas con diabetes es más
progresiva y grave que la que ocurre con otras enfermedades, y a lo largo de su
evolución se le asocian trastornos de deseo y también en el orgasmo. A la
acción negativa de la diabetes sobre la función sexual se suma la de otras
enfermedades que suelen ser simultáneas como hipertensión, colesterol alto e
incluso la toma de algunos medicamentos.
LA DIABETES, SOBRE TODO LA TIPO II, LLEVA ASOCIADA EN MUCHAS OCASIONES
PROBLEMAS SEXUALES QUE DEBEN SER TRATADOS POR UN FACULTATIVO
La disfunción eréctil, mal llamada impotencia, consiste en la
incapacidad para obtener o mantener una erección apropiada hasta el final de la
actividad sexual. En el hombre con diabetes es muy frecuente y tiene su origen
en los trastornos circulatorios y neuropáticos que la enfermedad provoca, y si
no se trata médicamente, aumenta con la edad y los años de evolución de la
enfermedad. Con el tiempo, la disfunción eréctil genera pérdida de confianza en
la propia capacidad para alcanzar la erección, temor a fracasar e
incomunicación con la pareja, que podrá malinterpretar algunas conductas (suele
pensar que ha perdido atractivo o que hay otra persona de por medio) y es fácil
que se produzca un grave conflicto. Todo ello tiende a perpetuar la disfunción
eréctil y a que se asocien trastornos del deseo y del orgasmo si no se realiza
un adecuado tratamiento. La diabetes agrava y acelera los trastornos vasculares
en el pene típicos del varón que envejece.
En la mujer con diabetes se han comprobado los trastornos del deseo, las
dificultades en la lubricación vaginal y la anorgasmia. La disminución o
ausencia de la libido o del deseo puede tener un origen psicológico (relaciones
insatisfactorias, ansiedad, sentimiento de inferioridad, vergüenza, baja
autoestima), pero también a menudo está relacionada con la enfermedad, debido a
que los altos niveles de glucosa pueden ocasionar cansancio intenso, lo que
conlleva descenso del deseo. El problema sexual más frecuente son las dificultades
para obtener una adecuada lubricación por afectación de la excitación asociada
a una falta de expansión vaginal, lo que conduce a unas relaciones coitales
irritables y dolorosas (dispareunia) y que suelen acarrear disminución del
deseo e incluso rechazo a las relaciones sexuales. La anorgasmia o incapacidad
para alcanzar el orgasmo la produce la falta de lubricación y el coito
doloroso. Un factor añadido que multiplica el rechazo sexual es la frecuente
aparición de infeccione s vaginales, propiciadas por los elevados niveles de
glucosa, que provocan molestias (mal olor, picor, sensación de suciedad).
Los factores psicológicos sobre cómo se vive la diabetes y cómo se
adapta la vida a la enfermedad afectan de manera significativa a la relación
sexual. La diabetes puede tener repercusión en la autoestima y en la imagen
personal, favorecer los sentimientos negativos de inseguridad, de ser
diferente, de haber perdido atractivo y capacidad de seducción y miedo al
rechazo. Todo esto favorece conductas que evitan la actividad sexual por miedo
al contacto íntimo.
En algunas mujeres el temor a un embarazo no deseado, con todo lo que
ello comporta (miedo a las posibles consecuencias sobre el feto y sobre la
propia salud) provoca estados de ansiedad que propician el desinterés sexual y,
si se lleva a efecto, a adoptar una actitud tensa que ahuyenta cualquier
sensación placentera.
En la diabetes Tipo I los trastornos sexuales referidos aparecen de
manera más tardía y son menos graves que en la diabetes Tipo II, entre otras
razones porque el Tipo I suele asociarse en menor grado a enfermedades como
hipertensión, dislipemia y trastornos circulatorios, que también menoscaban la
función sexual.
En el tratamiento de los trastornos sexuales inducidos por la diabetes,
el correcto seguimiento de la enfermedad de base ocupa un papel relevante. Es
esencial cumplir de manera adecuada con la dieta, la toma regular de los
fármacos que el médico aconseje (antidiabéticos orales o insulina), la práctica
de ejercicio de manera regular y la corrección de los otros factores que pueden
agravar la disfunción sexual (depresión, hipertensión arterial, colesterol
alto, tabaquismo, vida sedentaria, alcoholismo, ingesta de algunos fármacos).
Los trastornos sexuales en las personas con diabetes pueden precisar una
terapia sexual. Asimismo, pueden utilizarse fármacos específicos que, como en
la disfunción eréctil o la sequedad vaginal, han demostrado su eficacia.
LA SEXUALIDAD EN LAS PERSONAS
QUE SUFREN HIPERTENSION
Se considera que una persona sufre hipertensión cuando su
presión arterial es superior a 140/90 mm/Hg en ayunas con una correcta toma de
la presión en un aparato homologado.Es una causa alta de problemas sexuales. Los
sufren uno de cada cuatro enfermos, con indiferencia del sexo. Se ve afectada
la fase de excitación y aparecen dificultades en la lubricación vaginal y
disfunción eréctil. También son frecuentes trastornos en el orgasmo, sobre todo
en la mujer. La hipertensión lesiona el sistema circulatorio y además se ha
comprobado que algunos de los medicamentos que se emplean para su tratamiento
repercuten de manera negativa sobre la erección, tal es el caso de los
betabloqueantes, los sedantes y los diuréticos.
LA SEXUALIDAD EN LAS PERSONAS CON PROBLEMAS CARDIACOS O
CIRCULATORIOS
La frecuencia de infartos de miocardio anuales en España es de
100 a 250 casos por cien mil habitantes. Para que nos hagamos una idea de su
incidencia, esta cifra representa sólo el 20% de los que se producen en EEUU.
En términos absolutos, el número total de pacientes con infartos anuales oscila
entre 45.000 y 90.000, de los logran sobrevivir entre el 80% al 90%. En
relación a la actividad sexual de los pacientes que han sufrido un infarto, se
calcula que uno de cuatro afectados no la reanudan, la mitad la reducen de
manera muy intensa y tan sólo uno de cada cuatro la equipara a la que tenía
antes de sufrir el ataque cardiaco. El descenso tras el infarto tanto en la
frecuencia como en el nivel de satisfacción de la actividad sexual se produce
de igual manera en el hombre que en la mujer.Esto supone un grave problema
sanitario y, aunque las cosas van cambiando, tanto los médicos como los
pacientes rehúsan hablar de la vida sexual del afectado, con lo que no se
realiza ni una correcta educación sanitaria ni una adecuada rehabilitación. La
baja frecuencia o ausencia de actividad sexual se atribuye a la medicación, a
que ya existía con anterioridad algún trastorno sexual (en el hombre con
frecuencia suele haber antecedentes de disfunción eréctil) y, sobre todo, al
miedo a que después de haber sufrido un infarto la actividad sexual pueda
desencadenar otro.
En contra de lo que se cree, la continuidad de la actividad
sexual incrementa de manera muy escasa el riesgo de sufrir un infarto agudo de
miocardio o muerte entre las personas sanas de mediana edad (tan sólo es
responsable de un infarto por cada 10.000 producidos) y algo más entre los
individuos con riesgo coronario (responsable de un caso por cada 1.000 infartos
producidos).
El esfuerzo físico que requiere la realización del acto sexual
es, en general, de intensidad ligera-moderada y el gasto energético que
requiere es similar a caminar un kilómetro en 15 minutos (en la fase previa al
orgasmo) y subir después deprisa a un segundo piso por la escalera (fase del
orgasmo). Si se compara el riesgo que tiene la actividad sexual con otras
posibles situaciones que pueden desencadenar un infarto, resulta ser semejante
al que supone una crisis de cólera o enfado, y desde luego muy inferior al que
se corresponde con el ejercicio físico intenso, y esto es así tanto en personas
sanas como en las que tienen problemas coronarios. Está demostrado que el
factor que más influye en la prevención de un accidente coronario durante la
actividad sexual es el estado de forma física, que depende de la práctica
habitual de ejercicio físico.
Si han pasado de 6 a 8 semanas después del infarto y no han
surgido complicaciones se puede reanudar la actividad sexual siempre con la
previa información del cardiólogo y del médico de familia, manteniendo una
serie de precauciones básicas:
- Informarse de manera adecuada a fin de eliminar los miedos y
dudas que se puedan tener a la hora de retomar con naturalidad su vida sexual
tras el infarto.
- Seguir un control médico de todos los factores que incrementan
el riesgo de sufrir una nueva crisis: tabaquismo, hipertensión, dislipemia
(elevación de los niveles en sangre del colesterol o los triglicéridos),
sobrepeso, diabetes, etc.
- Realizar un programa de ejercicio físico para aumentar la
capacidad por encima de los valores mínimos requeridos para realizar el coito.
- Practicar actividad sexual que no sea extenuante ni que
requiera esfuerzo intenso.
- Evitar las relaciones sexuales que generen estrés porque
suponen un riesgo añadido.
- Evitar practicar el coito después de una comida copiosa, de
haber ingerido alcohol o realizado un ejercicio agotador.
LA
SEXULIDAD EN LAS PERSONAS QUE SUFREN OBESIDAD
El exceso de peso supone un riesgo para la salud porque se
sobrecarga el corazón y compromete en general todo el sistema circulatorio. De
hecho, las personas que sufren obesidad son muy propensas a sufrir enfermedades
como diabetes, hipertensión, arteriosclerosis y problemas coronarios.
Aunque la mayor parte de las veces el exceso de peso se debe a
un descuido personal, tanto de la dieta como de la práctica de ejercicio
físico, es preciso hacer una evaluación metabólica y descartar enfermedades
como el hipotiroidismo, que pueden estar en el origen del problema.
Los obesos mórbidos (muy severos), con independencia de sus
trastornos orgánicos, pueden sufrir el rechazo de su pareja y con frecuencia
ellos mismos manifiestan una baja en la autoestima, lo que agrava cualquier
trastorno sexual. Los trastornos sexuales son derivados por las enfermedades
que complican la obesidad, sobre todo por las limitaciones físicas que provoca:
fatiga fácil, cansancio, dificultad para moverse, ocultamiento y difícil acceso
a los órganos genitales. Todo ello influye e impide una adecuada respuesta
sexual.
Llevar a cabo un tratamiento contra la obesidad no es cuestión
de capricho o estética. La salud se ve seriamente afectada cuando el Índice de
Masa Corporal (IMC) soporta cifras altas o muy altas. Para conocer esta cifra
es necesario dividir la altura en centímetros entre el peso al cuadrado: IMC
(Kg/m2) = Peso real / Talla x Talla. Si la cifra resultante es igual o superior
a 30 la persona padecerá obesidad. Si llega a 40 la obesidad es considerada
extrema. Para definirla como mórbida es necesario acompañar al dato otras
variantes, como la presión arterial o la presencia de colesterol en la sangre.
De cualquier forma, sea ligera o severa, la obesidad es una patología que debe
tratarse. Combatirla beneficia a la salud, y esta mejora posibilitará la vuelta
a la actividad sexual satisfactoria.
LA SEXUALIDAD EN LAS PERSONAS
QUE SUFREN DEPRESION
Las enfermedades mentales suelen provocar con
frecuencia trastornos sexuales. La depresión se cuenta entre las enfermedades
que más a menudo genera estos problemas y, dada su elevada frecuencia (en
España afecta aproximadamente al 10% de los adultos y al 20% de los pacientes que
tienen alguna enfermedad), supone un problema de salud de gran magnitud.
La depresión puede tener diferentes grados de
severidad. Varía desde una depresión reactiva provocada por algún
acontecimiento que se vive de una manera muy negativa, como la pérdida de un
ser querido, a la depresión mayor de extrema gravedad, o a los trastornos
bipolares en los que se alternan fases de depresión con otras en las que el
ánimo está elevado, expansivo o irritable.
Lo más frecuente es que la depresión se presente
con una serie de síntomas entre los que sobresale la tristeza profunda, el
humor depresivo, las ideas de ruina y de ausencia de futuro, el llanto fácil y
constante, y la incapacidad para disfrutar con actividades que antes resultaban
placenteras. Son frecuentes los intentos de suicidio, que consuman entre el 10%
y el 15% de los pacientes. A menudo el cuadro es más sutil y se evidencia
desgana, desánimo, pesimismo, pocas ganas de levantarse por la mañana,
insomnio, trastornos en el apetito, etc. Otras veces la enfermedad es difícil
de reconocer porque se presenta enmascarada con otras como alcoholismo,
drogadicciones, fobias, trastornos de pánico o consumo de fármacos como los
ansiolíticos.
En la depresión es muy corriente la desaparición de
cualquier tipo de deseo sexual, así como de la capacidad para disfrutar de las
fantasías sexuales, tanto en el hombre como en la mujer. Sólo en un tercio de
los pacientes deprimidos se producen trastornos sexuales graves, disfunción
eréctil en el hombre y ausencia de orgasmos (anorgasmia) y coito doloroso
(dispareunia) en la mujer.
En los pacientes que sufren depresión, lo prioritario es curarla, pero
el tratamiento puede mejorar con una intervención simultánea de los trastornos
sexuales
La disfunción eréctil sucede entre el 18% y el 35%
de los pacientes depresivos, pero el porcentaje aumenta hasta afectar al 90% en
depresiones muy graves, lo que no es sólo debido a la enfermedad, sino también
a la inhibición del deseo sexual y a los efectos secundarios de los
psicofármacos, que contribuyen de forma importante a su aparición. Los
medicamentos más utilizados para tratar la depresión, los ISRS (inhibidores
selectivos de la recaptación de la serotonina), que son magníficos fármacos
antidepresivos, inducen disfunción eréctil como media en casi el 30% de los
pacientes. Otros medicamentos también utilizados, como la clomipramina,
provocan trastornos sexuales hasta en el 50% de los casos. La velanfaxina lo
hace en un 36% de los pacientes y la risperidona en el 44%.
En los pacientes con depresión que sufren problemas
sexuales, lo prioritario, sin duda, es tratar la depresión. No obstante,
diversos estudios han demostrado que los resultados terapéuticos mejoran si se
realiza un tratamiento integral, con intervención simultánea sobre la depresión
y el trastorno sexual. Gran parte de los pacientes que toman antidepresivos
sufren, durante el tratamiento, menoscabo de su capacidad sexual, que si es
identificada por el paciente (lo que sucede con frecuencia), suele ser muy mal
tolerada y le empuja al abandono del fármaco antidepresivo, tan esencial para
tratar su enfermedad. Esta actitud comporta un grave riesgo para su integridad,
dada la alta incidencia de suicidios entre los pacientes que no son tratados de
forma correcta. Diversas investigaciones han confirmado que el abordaje
terapéutico simultáneo de depresión y disfunción sexual mejora la calidad de
vida del paciente y facilita una recuperación más rápida de la enfermedad
depresiva porque potencia el cumplimiento del tratamiento.
De especial interés en los pacientes es el uso de
ansiolíticos como las benzodiazepinas, medicamentos utilizados con profusión,
casi siempre por automedicación o facilitados por familiares o vecinos. Aunque
en el inicio del tratamiento de la depresión suelen estar indicados, no lo
están en la fase posterior y el médico de familia o el psiquiatra los suele
retirar con rapidez (suelen comenzar a hacerlo a las 3-4 semanas de
tratamiento), debido a los problemas que su uso crónico conlleva, entre los que
destacan: el posible empeoramiento de la depresión (con incremento del riesgo
de suicidio), su capacidad de generar adicción o dependencia con necesidad de
incremento de dosis y la inducción de trastornos de memoria.
En otras enfermedades mentales como la ansiedad y
las fobias relacionadas con temas sexuales también hay un alto índice de
disfunciones sexuales. En la esquizofrenia alcanza porcentajes superiores al
50%.