viernes, 28 de noviembre de 2014

LA SEXUALIDAD EN LAS PERSONAS QUE SUFREN DIABETES


La salud en su relación con la sexualidad integra cuestiones de bienestar orgánico, psíquico, social y, por supuesto, sexual. Son, por tanto, amplios y cotidianos los problemas que afectan a la sexualidad, pero por lo general se miran de soslayo y no son tenidos en cuenta. En las habituales relaciones del médico con los pacientes, la sexualidad suele ser un tema tabú que no se aborda y sobre el que no se suele consultar por propia iniciativa. Sin embargo, numerosos estudios demuestran una clara relación entre calidad de vida y vida sexual satisfactoria. En algunos, incluso se asocia esta última a una mayor longevidad. En consecuencia, es cada vez más habitual que el personal sanitario se conciencie de lo importante que es abordar las cuestiones sexuales con los pacientes en su consulta, dada la alta frecuencia de trastornos, fácilmente curables, que repercuten en la calidad de vida. Una calidad que mejorará si se logra terminar con la escisión habitual entre sexo y salud, algo que lleva a que muchas personas con trastornos sexuales no reconozcan su relación con alguna enfermedad que pudieran padecer. La persona que sufre hipertensión o que tiene diabetes y presenta capítulos de problemas sexuales puede no ser consciente de que están directamente relacionados con su enfermedad, tal vez con la dieta poco saludable que lleva, o de que esos problemas son consecuencia de los fármacos que ingiere.
De hecho, para que el ciclo de la respuesta sexual se desarrolle de manera satisfactoria, tanto en la mujer como en el hombre, es esencial la adecuada irrigación sanguínea de las zonas genitales y de los órganos y sistemas implicados. Cualquier enfermedad que afecte a los vasos comprometerá también el rendimiento erótico.
Los mecanismos por los que una enfermedad puede menoscabar la vida sexual son numerosos y conviene conocerlos. Están reconocidos como factores de riesgo la diabetes, hipertensión, dislipemias (elevación de los niveles en sangre del colesterol o los triglicéridos), estrés, una vida sedentaria, obesidad, tabaquismo y la toma abusiva de sustancias como alcohol, drogas, etc.
La diabetes es una alteración del metabolismo de los hidratos de carbono que se caracteriza por un aumento excesivo de la glucosa en sangre.
Existen dos tipos de diabetes, la diabetes Tipo I, que suele presentarse de manera brusca, en personas jóvenes y requiere tratamiento con insulina, y la diabetes Tipo II, que comienza de manera insidiosa, con pocos síntomas, habitualmente en personas mayores de 35 años y que suele tratarse con fármacos orales.
La diabetes Tipo II está muy relacionada con la obesidad y es más frecuente que provoque trastornos circulatorias, sobre todo cerebrales y cardíacas. También suelen asociarse en mayor medida a otras enfermedades como hipertensión y dislipemia (colesterol alto).
La diabetes, en cualquiera de su dos tipos, produce, dentro de los 10 primeros años de su diagnóstico, disfunción sexual en aproximadamente la mitad de los pacientes y según avanza la enfermedad la cifra aumenta. Los trastornos sexuales afectan sobre todo a la fase de excitación y provocan dificultades de excitación y de lubricación en la mujer, y disfunción eréctil en el hombre. Esta afectación de la excitación sexual en las personas con diabetes es más progresiva y grave que la que ocurre con otras enfermedades, y a lo largo de su evolución se le asocian trastornos de deseo y también en el orgasmo. A la acción negativa de la diabetes sobre la función sexual se suma la de otras enfermedades que suelen ser simultáneas como hipertensión, colesterol alto e incluso la toma de algunos medicamentos.
LA DIABETES, SOBRE TODO LA TIPO II, LLEVA ASOCIADA EN MUCHAS OCASIONES PROBLEMAS SEXUALES QUE DEBEN SER TRATADOS POR UN FACULTATIVO
La disfunción eréctil, mal llamada impotencia, consiste en la incapacidad para obtener o mantener una erección apropiada hasta el final de la actividad sexual. En el hombre con diabetes es muy frecuente y tiene su origen en los trastornos circulatorios y neuropáticos que la enfermedad provoca, y si no se trata médicamente, aumenta con la edad y los años de evolución de la enfermedad. Con el tiempo, la disfunción eréctil genera pérdida de confianza en la propia capacidad para alcanzar la erección, temor a fracasar e incomunicación con la pareja, que podrá malinterpretar algunas conductas (suele pensar que ha perdido atractivo o que hay otra persona de por medio) y es fácil que se produzca un grave conflicto. Todo ello tiende a perpetuar la disfunción eréctil y a que se asocien trastornos del deseo y del orgasmo si no se realiza un adecuado tratamiento. La diabetes agrava y acelera los trastornos vasculares en el pene típicos del varón que envejece.
En la mujer con diabetes se han comprobado los trastornos del deseo, las dificultades en la lubricación vaginal y la anorgasmia. La disminución o ausencia de la libido o del deseo puede tener un origen psicológico (relaciones insatisfactorias, ansiedad, sentimiento de inferioridad, vergüenza, baja autoestima), pero también a menudo está relacionada con la enfermedad, debido a que los altos niveles de glucosa pueden ocasionar cansancio intenso, lo que conlleva descenso del deseo. El problema sexual más frecuente son las dificultades para obtener una adecuada lubricación por afectación de la excitación asociada a una falta de expansión vaginal, lo que conduce a unas relaciones coitales irritables y dolorosas (dispareunia) y que suelen acarrear disminución del deseo e incluso rechazo a las relaciones sexuales. La anorgasmia o incapacidad para alcanzar el orgasmo la produce la falta de lubricación y el coito doloroso. Un factor añadido que multiplica el rechazo sexual es la frecuente aparición de infeccione s vaginales, propiciadas por los elevados niveles de glucosa, que provocan molestias (mal olor, picor, sensación de suciedad).
Los factores psicológicos sobre cómo se vive la diabetes y cómo se adapta la vida a la enfermedad afectan de manera significativa a la relación sexual. La diabetes puede tener repercusión en la autoestima y en la imagen personal, favorecer los sentimientos negativos de inseguridad, de ser diferente, de haber perdido atractivo y capacidad de seducción y miedo al rechazo. Todo esto favorece conductas que evitan la actividad sexual por miedo al contacto íntimo.
En algunas mujeres el temor a un embarazo no deseado, con todo lo que ello comporta (miedo a las posibles consecuencias sobre el feto y sobre la propia salud) provoca estados de ansiedad que propician el desinterés sexual y, si se lleva a efecto, a adoptar una actitud tensa que ahuyenta cualquier sensación placentera.
En la diabetes Tipo I los trastornos sexuales referidos aparecen de manera más tardía y son menos graves que en la diabetes Tipo II, entre otras razones porque el Tipo I suele asociarse en menor grado a enfermedades como hipertensión, dislipemia y trastornos circulatorios, que también menoscaban la función sexual.
En el tratamiento de los trastornos sexuales inducidos por la diabetes, el correcto seguimiento de la enfermedad de base ocupa un papel relevante. Es esencial cumplir de manera adecuada con la dieta, la toma regular de los fármacos que el médico aconseje (antidiabéticos orales o insulina), la práctica de ejercicio de manera regular y la corrección de los otros factores que pueden agravar la disfunción sexual (depresión, hipertensión arterial, colesterol alto, tabaquismo, vida sedentaria, alcoholismo, ingesta de algunos fármacos).
Los trastornos sexuales en las personas con diabetes pueden precisar una terapia sexual. Asimismo, pueden utilizarse fármacos específicos que, como en la disfunción eréctil o la sequedad vaginal, han demostrado su eficacia.
LA SEXUALIDAD EN LAS PERSONAS QUE SUFREN HIPERTENSION
Se considera que una persona sufre hipertensión cuando su presión arterial es superior a 140/90 mm/Hg en ayunas con una correcta toma de la presión en un aparato homologado.Es una causa alta de problemas sexuales. Los sufren uno de cada cuatro enfermos, con indiferencia del sexo. Se ve afectada la fase de excitación y aparecen dificultades en la lubricación vaginal y disfunción eréctil. También son frecuentes trastornos en el orgasmo, sobre todo en la mujer. La hipertensión lesiona el sistema circulatorio y además se ha comprobado que algunos de los medicamentos que se emplean para su tratamiento repercuten de manera negativa sobre la erección, tal es el caso de los betabloqueantes, los sedantes y los diuréticos.
LA SEXUALIDAD EN LAS PERSONAS CON PROBLEMAS CARDIACOS O CIRCULATORIOS
La frecuencia de infartos de miocardio anuales en España es de 100 a 250 casos por cien mil habitantes. Para que nos hagamos una idea de su incidencia, esta cifra representa sólo el 20% de los que se producen en EEUU. En términos absolutos, el número total de pacientes con infartos anuales oscila entre 45.000 y 90.000, de los logran sobrevivir entre el 80% al 90%. En relación a la actividad sexual de los pacientes que han sufrido un infarto, se calcula que uno de cuatro afectados no la reanudan, la mitad la reducen de manera muy intensa y tan sólo uno de cada cuatro la equipara a la que tenía antes de sufrir el ataque cardiaco. El descenso tras el infarto tanto en la frecuencia como en el nivel de satisfacción de la actividad sexual se produce de igual manera en el hombre que en la mujer.Esto supone un grave problema sanitario y, aunque las cosas van cambiando, tanto los médicos como los pacientes rehúsan hablar de la vida sexual del afectado, con lo que no se realiza ni una correcta educación sanitaria ni una adecuada rehabilitación. La baja frecuencia o ausencia de actividad sexual se atribuye a la medicación, a que ya existía con anterioridad algún trastorno sexual (en el hombre con frecuencia suele haber antecedentes de disfunción eréctil) y, sobre todo, al miedo a que después de haber sufrido un infarto la actividad sexual pueda desencadenar otro.
En contra de lo que se cree, la continuidad de la actividad sexual incrementa de manera muy escasa el riesgo de sufrir un infarto agudo de miocardio o muerte entre las personas sanas de mediana edad (tan sólo es responsable de un infarto por cada 10.000 producidos) y algo más entre los individuos con riesgo coronario (responsable de un caso por cada 1.000 infartos producidos).
El esfuerzo físico que requiere la realización del acto sexual es, en general, de intensidad ligera-moderada y el gasto energético que requiere es similar a caminar un kilómetro en 15 minutos (en la fase previa al orgasmo) y subir después deprisa a un segundo piso por la escalera (fase del orgasmo). Si se compara el riesgo que tiene la actividad sexual con otras posibles situaciones que pueden desencadenar un infarto, resulta ser semejante al que supone una crisis de cólera o enfado, y desde luego muy inferior al que se corresponde con el ejercicio físico intenso, y esto es así tanto en personas sanas como en las que tienen problemas coronarios. Está demostrado que el factor que más influye en la prevención de un accidente coronario durante la actividad sexual es el estado de forma física, que depende de la práctica habitual de ejercicio físico.
Si han pasado de 6 a 8 semanas después del infarto y no han surgido complicaciones se puede reanudar la actividad sexual siempre con la previa información del cardiólogo y del médico de familia, manteniendo una serie de precauciones básicas:
- Informarse de manera adecuada a fin de eliminar los miedos y dudas que se puedan tener a la hora de retomar con naturalidad su vida sexual tras el infarto.
- Seguir un control médico de todos los factores que incrementan el riesgo de sufrir una nueva crisis: tabaquismo, hipertensión, dislipemia (elevación de los niveles en sangre del colesterol o los triglicéridos), sobrepeso, diabetes, etc.
- Realizar un programa de ejercicio físico para aumentar la capacidad por encima de los valores mínimos requeridos para realizar el coito.
- Practicar actividad sexual que no sea extenuante ni que requiera esfuerzo intenso.
- Evitar las relaciones sexuales que generen estrés porque suponen un riesgo añadido.
- Evitar practicar el coito después de una comida copiosa, de haber ingerido alcohol o realizado un ejercicio agotador.
LA SEXULIDAD EN LAS PERSONAS QUE SUFREN OBESIDAD
El exceso de peso supone un riesgo para la salud porque se sobrecarga el corazón y compromete en general todo el sistema circulatorio. De hecho, las personas que sufren obesidad son muy propensas a sufrir enfermedades como diabetes, hipertensión, arteriosclerosis y problemas coronarios.
Aunque la mayor parte de las veces el exceso de peso se debe a un descuido personal, tanto de la dieta como de la práctica de ejercicio físico, es preciso hacer una evaluación metabólica y descartar enfermedades como el hipotiroidismo, que pueden estar en el origen del problema.
Los obesos mórbidos (muy severos), con independencia de sus trastornos orgánicos, pueden sufrir el rechazo de su pareja y con frecuencia ellos mismos manifiestan una baja en la autoestima, lo que agrava cualquier trastorno sexual. Los trastornos sexuales son derivados por las enfermedades que complican la obesidad, sobre todo por las limitaciones físicas que provoca: fatiga fácil, cansancio, dificultad para moverse, ocultamiento y difícil acceso a los órganos genitales. Todo ello influye e impide una adecuada respuesta sexual.
Llevar a cabo un tratamiento contra la obesidad no es cuestión de capricho o estética. La salud se ve seriamente afectada cuando el Índice de Masa Corporal (IMC) soporta cifras altas o muy altas. Para conocer esta cifra es necesario dividir la altura en centímetros entre el peso al cuadrado: IMC (Kg/m2) = Peso real / Talla x Talla. Si la cifra resultante es igual o superior a 30 la persona padecerá obesidad. Si llega a 40 la obesidad es considerada extrema. Para definirla como mórbida es necesario acompañar al dato otras variantes, como la presión arterial o la presencia de colesterol en la sangre. De cualquier forma, sea ligera o severa, la obesidad es una patología que debe tratarse. Combatirla beneficia a la salud, y esta mejora posibilitará la vuelta a la actividad sexual satisfactoria.
LA SEXUALIDAD EN LAS PERSONAS QUE SUFREN DEPRESION
Las enfermedades mentales suelen provocar con frecuencia trastornos sexuales. La depresión se cuenta entre las enfermedades que más a menudo genera estos problemas y, dada su elevada frecuencia (en España afecta aproximadamente al 10% de los adultos y al 20% de los pacientes que tienen alguna enfermedad), supone un problema de salud de gran magnitud.
La depresión puede tener diferentes grados de severidad. Varía desde una depresión reactiva provocada por algún acontecimiento que se vive de una manera muy negativa, como la pérdida de un ser querido, a la depresión mayor de extrema gravedad, o a los trastornos bipolares en los que se alternan fases de depresión con otras en las que el ánimo está elevado, expansivo o irritable.
Lo más frecuente es que la depresión se presente con una serie de síntomas entre los que sobresale la tristeza profunda, el humor depresivo, las ideas de ruina y de ausencia de futuro, el llanto fácil y constante, y la incapacidad para disfrutar con actividades que antes resultaban placenteras. Son frecuentes los intentos de suicidio, que consuman entre el 10% y el 15% de los pacientes. A menudo el cuadro es más sutil y se evidencia desgana, desánimo, pesimismo, pocas ganas de levantarse por la mañana, insomnio, trastornos en el apetito, etc. Otras veces la enfermedad es difícil de reconocer porque se presenta enmascarada con otras como alcoholismo, drogadicciones, fobias, trastornos de pánico o consumo de fármacos como los ansiolíticos.
En la depresión es muy corriente la desaparición de cualquier tipo de deseo sexual, así como de la capacidad para disfrutar de las fantasías sexuales, tanto en el hombre como en la mujer. Sólo en un tercio de los pacientes deprimidos se producen trastornos sexuales graves, disfunción eréctil en el hombre y ausencia de orgasmos (anorgasmia) y coito doloroso (dispareunia) en la mujer.
En los pacientes que sufren depresión, lo prioritario es curarla, pero el tratamiento puede mejorar con una intervención simultánea de los trastornos sexuales
La disfunción eréctil sucede entre el 18% y el 35% de los pacientes depresivos, pero el porcentaje aumenta hasta afectar al 90% en depresiones muy graves, lo que no es sólo debido a la enfermedad, sino también a la inhibición del deseo sexual y a los efectos secundarios de los psicofármacos, que contribuyen de forma importante a su aparición. Los medicamentos más utilizados para tratar la depresión, los ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina), que son magníficos fármacos antidepresivos, inducen disfunción eréctil como media en casi el 30% de los pacientes. Otros medicamentos también utilizados, como la clomipramina, provocan trastornos sexuales hasta en el 50% de los casos. La velanfaxina lo hace en un 36% de los pacientes y la risperidona en el 44%.
En los pacientes con depresión que sufren problemas sexuales, lo prioritario, sin duda, es tratar la depresión. No obstante, diversos estudios han demostrado que los resultados terapéuticos mejoran si se realiza un tratamiento integral, con intervención simultánea sobre la depresión y el trastorno sexual. Gran parte de los pacientes que toman antidepresivos sufren, durante el tratamiento, menoscabo de su capacidad sexual, que si es identificada por el paciente (lo que sucede con frecuencia), suele ser muy mal tolerada y le empuja al abandono del fármaco antidepresivo, tan esencial para tratar su enfermedad. Esta actitud comporta un grave riesgo para su integridad, dada la alta incidencia de suicidios entre los pacientes que no son tratados de forma correcta. Diversas investigaciones han confirmado que el abordaje terapéutico simultáneo de depresión y disfunción sexual mejora la calidad de vida del paciente y facilita una recuperación más rápida de la enfermedad depresiva porque potencia el cumplimiento del tratamiento.
De especial interés en los pacientes es el uso de ansiolíticos como las benzodiazepinas, medicamentos utilizados con profusión, casi siempre por automedicación o facilitados por familiares o vecinos. Aunque en el inicio del tratamiento de la depresión suelen estar indicados, no lo están en la fase posterior y el médico de familia o el psiquiatra los suele retirar con rapidez (suelen comenzar a hacerlo a las 3-4 semanas de tratamiento), debido a los problemas que su uso crónico conlleva, entre los que destacan: el posible empeoramiento de la depresión (con incremento del riesgo de suicidio), su capacidad de generar adicción o dependencia con necesidad de incremento de dosis y la inducción de trastornos de memoria.

En otras enfermedades mentales como la ansiedad y las fobias relacionadas con temas sexuales también hay un alto índice de disfunciones sexuales. En la esquizofrenia alcanza porcentajes superiores al 50%.

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